Con
el comienzo del nuevo Año litúrgico iniciamos el camino del Adviento
mediante el cual nos preparamos para la celebración contemplativa del
Nacimiento de Cristo el día de Navidad. Cristo, nuestro Dios y nuestro
Señor, tomando nuestra naturaleza mortal se hace hombre en el seno de
la Virgen María para
realizar la Obra de nuestra Redención y salvación liberándonos de la
esclavitud del pecado y convirtiéndose en nuestro camino hacia el Padre
bajo la guía del Espíritu Santo.
Es un tiempo, pues, de gozosa esperanza,
de
anhelo y deseo de ir al encuentro de quien es nuestro libertador el cual rompe las
ataduras que nos atan a las pasiones y al pecado; de quien es la luz
que ilumina nuestras tinieblas; el pan de vida que se convierte en
nuestro alimento espiritual y el agua viva que sacia nuestra sed de
infinito. Es nuestra paz. Es el buen pastor que busca a la
oveja descarriada, el médico que cura nuestras heridas y el padre que
espera siempre el retorno del
hijo que se alejó del hogar paterno. Esta entrañable misericordia
de nuestro Dios, manifestada en Cristo Jesús, Señor nuestro, le llevará a dar
su vida por nosotros lavando así nuestras almas con su sangre
incorporandonos a su misterio pascual de muerte y resurrección a través del cual viviremos la
vida
nueva de la gracia que el nos mereció. Por esto en oración
unánime con toda la Iglesia elevamos nuestro corazón y nuestra voz
:
"Ven, Señor, luz del mundo; ven Cristo salvador. Gloria a tí, resplandor del Padre, imagen de su rostro.
Gloria a ti, Espíritu Santo, que alientas nuestra espera con tu llama incandescente. Gloria a tí, oh Dios.
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(Himno litúrgico de Vísperas)
Jesucristo, Palabra del Padre,
luz eterna de todo creyente:
ven y escucha la súplica ardiente,
ven, Señor, porque ya se hace tarde.
Cuando el mundo dormía en tinieblas,
en tu amor tú quisiste ayudarlo
y trajiste, viniendo a la tierra,
esa vida que puede salvarlo.
Ya madura la historia en promesas,
sólo anhela tu pronto regreso;
si el silencio madura la espera,
el amor no soporta el silencio.
Con María, la Iglesia te aguarda
con anhelos de esposa y de Madre,
y reúne a sus hijos en vela,
para juntos poder esperarte.
Cuando vengas, Señor, en tu gloria,
que podamos salir a tu encuentro
y a tu lado vivamos por siempre,
dando gracias al Padre en el reino.
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1ª Antífona:
"Anunciad a los pueblos y decidles: Mirad, viene Dios, nuestro Salvador"
2ª Antífona:
"Mirad: el Señor vendrá y todos sus santos vendrán con Él; en aquel día habrá una gran luz. Aleluya."
3ª Antífona:
"Vendrá el Señor con gran poder y lo contemplarán todos los pueblos."
4ª Antífona:
"Vendrá el gran profeta y renovará Jerusalén. Aleluya".
Cántico:
"El Dios de la paz os conserve sin mancha hasta el dia de Cristo.
Bendito sea Dios, padre de nuestro Señor Jesucristo que nos ha hecho nacer de
nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible.
La fuerza de Dios os custodie en la fe para la salvación que espera manifestarse
en el momento final.
Alegráos de ello aunque tengáis que sufrir, así vuestra fe llegará a ser, alabanza
y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo, nuestro Señor".
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“Señor, aviva en tus
fieles, al comenzar el adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que
viene, acompañados por las buenas obras,
para que, colocados un día a su derecha, merezcan poseer el reino eterno”, (Oración del 1º Domingo de Adviento)
En el primer Domingo de Adviento
(Himno litúrgico de las Vigilias)
Mirad las estrellas
fulgentes brillar,
sus luces anuncian
que Dios ahí está,
la noche en
silencio, la noche en su paz,
murmura esperanzas
cumpliéndose ya.
Los ángeles santos,
que vienen y van,
preparan caminos
por donde vendrá
el Hijo del Padre,
el Verbo eternal
al mundo del hombre
en carne mortal.
Abrid vuestras
puertas, ciudades de paz,
que el Rey de la
gloria ya pronto vendrá;
abrid corazones,
hermanos, cantad
que vuestra esperanza
cumplida será.
Los justos sabían
que el hambre de Dios
vendría a colmarla
el Dios del Amor,
su Vida en su vida,
su Amor en su amor,
serían un día su
gracia y su don.
Ven pronto, Mesías,
ven pronto, Señor,
los hombres
hermanos esperan tu voz,
tu luz, tu mirada,
tu vida, tu amor,
ven pronto, Mesías,
sé Dios Salvador. Amén
(Himno litúrgico)
San Bernardo
Del sermón primero
de Adviento
Hoy,
hermanos, celebramos el comienzo del Adviento. Este apelativo, como el de casi
todas las solemnidades, es familiar y conocido en todos los lugares. Sin
embargo, no siempre se capta su sentido, pues los desgraciados
hijos de Adán se despreocupan de los auténticos y saludables compromisos y van
a la zaga de lo caduco y transitorio. ¿A quiénes se parecen los hombres de esta
generación? ¿Con quiénes los compararemos, viendo que son incapaces de
arrancarse de los consuelos terrenos y sensibles? Se parecen a los
náufragos que zozobran en el mar. Fíjate cómo se agarran a lo poco que
tienen. No sueltan por nada del mundo lo primero que llega a sus manos,
sea lo que sea, aunque no sirva para nada. Son como raíces de grama o algo por
el estilo. Si alguien se acerca a ellos para ayudarles, lo atenazan de
tal modo que no pueden ni ofrecerles sus auxilios sin menoscabo de su
salvación. Así se anegan en este inmenso mar; y perecen afanándose en lo caduco
y relegando los apoyos firmes, únicos remedios para salir a flote y salvarse.
Hermanos,
a vosotros, como a los niños, Dios revela lo que ha ocultado a sabios y
entendidos: los auténticos caminos de la salvación. Recapacitad en ellos con
suma atención. Enfrascaos en el sentido de este adviento. Y, sobre todo, fijaos
quién es el que viene, de dónde viene y a dónde viene; para qué, cuándo y por
dónde viene. Tal curiosidad es encomiable y sana. La Iglesia universal no
celebraría con tanta devoción este Adviento si no contuviera algún gran
misterio.
Ante todo, fijaos
con el Apóstol, estupefacto y atónito, cuán importante es este que viene.
Según el testimonio de Gabriel es el Hijo del Altísimo; y Altísimo él también.
Ya
sabéis, hermanos, quién es el que viene. Ahora considerad de dónde viene y a
dónde viene. Viene del corazón del Padre al seno de la Virgen Madre. Viene
desde el ápice de los cielos a las regiones más profundas de la tierra.
¿Podrá
alguien ya dudar que este gesto implica una motivación importante? ¿Por qué
tan gran majestad, y desde tan lejos, quiso bajar a un lugar tan indigno?
Cierto, aquí hay algo grande: una inmensa misericordia que rezuma comprensión y
una caridad desbordante. ¿Y para qué ha venido?
Esto es lo que ahora debemos inquirir. No es preciso engolfarnos
demasiado aquí, estando tan claras las motivaciones de su venida, sus palabras
y sus obras. Se lanzó a buscar por los montes a la oveja extraviada, la que
hacía el número cien. Y para que libremente “alaben al Señor por su
misericordia y por las maravillas que hace con los hombres”, vino por nosotros.
Es maravilloso el amor de un Dios que busca, e incomparable la dignidad del
hombre buscado.
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