El origen de la
Cuaresma es muy antiguo en la Iglesia; se halla
mencionada por primera vez en el año 325 en un canon del Concilio de Nicea.
Después de esta fecha los testimonios relativos a la existencia de la Cuaresma se multiplican. Todos
ellos están de acuerdo en presentar la Cuaresma, no tanto como un período de ayuno
riguroso, cuanto como una “cuarentena de ascesis” a ejemplo de Moisés y Elías
que estuvieron cuarenta días por las montañas y del mismo Cristo que se retiró
cuarenta días a la soledad del desierto en oración y ayuno antes de comenzar su
ministerio público. Este período de vida cristiana más intensa y más pura está
pensado como preparación para la gran celebración del “Misterio Pascual” de
Cristo, de su muerte y resurrección.
La Cuaresma es una invitación a una renovación espiritual de todo el pueblo
cristiano orientada a vivir la sublime vocación a la que hemos sido llamados.
La pedagogía de la
Iglesia nos propone intensificar durante la Cuaresma el camino de la
propia conversión, tanto personal como comunitariamente. Ello supone estar
dispuestas a sufrir la revisión interior
de nuestra vida a la luz de la
Palabra de Dios y a colaborar con la gracia para superar el
pecado y la mediocridad. Siguiendo a Cristo vamos pasando de las tinieblas del
pecado a la luz de Cristo, desprendiéndonos del vestido antiguo, para
revestirnos de la vida nueva de la gracia que nuestro Señor Jesucristo nos ha
conseguido con su sangre derramada en la Cruz, simbolizada en la blanca túnica
que en la primitiva Iglesia se ponía a los catecúmenos en el día de su Bautismo.
La vivencia de la
Cuaresma según la
Regla de San Benito
Cuando San Benito habla de que “la vida del monje debe ser una
Cuaresma continua” se está refiriendo más a una Cuaresma espiritual, compatible
con todos los tiempos, con todos los estados de salud, horarios etc., que a una
Cuaresma material de rigurosos ayunos. Aquella nos ayudará a vivir esta.
Esta Cuaresma espiritual implica dos elementos: uno negativo y
otro positivo; uno de separación y otro de transformación. Ante todo consiste
en eliminar el pecado y hasta las mismas imperfecciones, suprimiendo todo
cuanto no es conforme con la voluntad y la santidad de Dios, con la dignidad de
nuestra vocación y la exigencia de nuestro compromiso. La Cuaresma espiritual
alcanza su plenitud cuando se practican las buenas obras y el alma se une más
íntimamente al Señor no “anteponiendo nada a su amor”, cuando por la ascensión
de la escala de la humildad, el despojamiento de todo y la práctica del buen celo llega a la plena
transformación en Cristo.
La conversión en los padres Cistercienses
Para los padres cistercienses la conversión supone el retorno del
país de la desemejanza al país de la semejanza. (San Benito nos dice en el
Prólogo de su Regla: “Para que vuelvas por el camino de la obediencia a Aquel
de quien te habías apartado por la desidia de tu desobediencia”). El hombre
alejado de Dios, de su tierra natural, deformado en su imagen de Dios, se
encuentra, por tanto, confinado a la región de la desemejanza. Es frecuente el
recurso al comentario de la parábola del hijo pródigo, que se aleja de la casa
del padre y se va a un país lejano en dónde da pábulo a todas sus pasiones. Y
se insiste en la abyección de esta región en donde le hijo pródigo apacienta
puercos durante un largo período de tiempo. La conciencia queda como podrida
interiormente; y a fuerza de apacentar cerdos, el pecador desea saciar de
algarrobas el vientre de su memoria.
La vida con los cerdos supone una verdadera muerte espiritual; es una
esclavitud, pero ahora no bajo la férula de un único dueño, sino bajo el
imperio de innumerables pasiones.
Por no haber comprendido su grandeza el hombre descendió de la semejanza a la
región de la desemejanza. Es impresionante cómo describe San Bernardo este
hecho en su Sermón 42 De diversis,
llamándola conversión execrable:
Esta noble criatura, creada en el país de la semejanza y a imagen
de Dios, no comprendió su dignidad, y de la semejanza se hundió en la
desemejanza. ¡Qué desigualdad tan abismal entre el infierno y el paraíso, entre
un ángel y una bestia, entre Dios y el diablo¡ ¡Que conversión tan horrorosa
trocar la gloria en miseria, la vida en muerte y la paz en guerra, y esto para
una cautividad interminable! ¡Qué descenso tan maldito bajar de las riquezas a
la miseria, de la libertad a la esclavitud y del descanso al trabajo!
“Busquemos la “sabiduría” en nuestro
corazón, pero la “sabiduría” que mana de la fe. Esta “sabiduría” consiste en
dolerse de los pecados pasados, despreciar las comodidades presentes y desear
los premios futuros”. (San Bernardo, Sermón 15 c.c.)
Y Guillermo de Saint Thierry
dirá:
“Señor, enséñame, a mí,
hombre tosco que proviene de la rusticidad del siglo, enséñame las
disciplinadas costumbres de tu ciudad y las exquisitas delicadezas de tu corte.
Defórmame de la forma del siglo a la que me he conformado; confórmame a tus
ciudadanos para que no me encuentre deforme en su compañía”. (Guillermo, Med. 4: 12)
Ejercicios Cuaresmales
Los ejercicios cuaresmales que San Benito nos propone para
crecer en esta pureza de vida o pureza de corazón y reparar las negligencias de
todo el año son los siguientes:
- abstenernos
de todo vicio
- dedicarnos
a la oración más intensamente
- a
la lectio
- a
la compunción
- al
ayuno
- ofrendas
voluntarias: en la comida, bebida,
sueño, conversación y chanza
Pero lo más importante de
todos estos ejercicios cuaresmales es la participación en los Sacramentos de la Penitencia a donde nos
conduce la conciencia de pecado, el conocimiento propio y el sentimiento de
compunción. En él, se da un verdadero encuentro con la misericordia de Cristo,
nuestros pecados e infidelidades quedan lavados con su sangre y nuestra alma
confortada y fortalecida para la participación en la mesa eucarística y para
emprender un nuevo camino lleno de alegría
La Cuaresma en la
Liturgia
Donde más se revela el
sentido del pecado y de la penitencia es en la liturgia del tiempo de
cuaresma. La liturgia cuaresmal nos muestra repetidamente el pecado del
hombre, la salvación de Dios, la llamada, desde su “entrañable misericordia” al
arrepentimiento y a la conversión; basta con repasar los textos y rumiarlos en
nuestro corazón. En este contexto recibimos la invitación a la penitencia. Las
mortificaciones cuaresmales son medios de reparar los excesos cometidos por la
debilidad de la persona consecuencia del pecado original y, también de los
pecados personales.
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