San Bernardo
Del Sermón tercero de Adviento
Cuando
considero, al celebrar este tiempo de adviento del Señor quién es el
que viene, me desborda la excelencia de su majestad. Y, si me fijo
hacia quienes se dirige, me espanta su gracia incomprensible.
Los ángeles no salen de su asombro al verse superiores a aquel a quien
adoran desde siempre y cómo bajan y suben, a la vista de todos, en torno
al Hijo del Hombre. Al considerar el motivo de su venida, abarco, en
cuanto me es posible, la extensión sin límites de la caridad. Y cuando
me fijo en las circunstancias, comprendo la elevación de la vida
humana. Viene el Creador y Señor del universo. Viene a los hombres.
Viene por los hombres Viene haciéndose hombre.
Alguien dirá: "¿Cómo puede hablarse de la venida de quien siempre ha estado en todas partes? Estaba en el mundo, y aunque el mundo fue hecho por él, el mundo no lo conoció".
El Adviento no es una llegada de quien ya estaba presente; es la
aparición de quien permanecía oculto. Se revistió de la condición
humana para que a través de ella fuera posible conocer al que habita en
una luz inaccesible. No desdice de la majestad aparecer en aquella
misma semejanza suya que había creado desde el principio. Tampoco es
indigno de Dios manifestarse en su propia imagen a quienes resulta
inaccesible su identidad. El que había creado al hombre a su imagen y
semejanza, se hizo hombre para darse a conocer a los hombres.
La
iglesia universal celebra cada año la solemne memoria de la venida de
tanta majestad, tanta humildad y tanta caridad, e incluso de
nuestra incomparable exaltación. ¡Y ojalá fuese una perenne realidad!
Sería lo más propio. ¡Qué incongruente es la vida humana después de la
venida de Rey tan extraordinario si buscamos y nos comprometemos con
otros asuntos embarazosos en vez de dedicarnos a este único culto,
dejando de lado en su presencia todo lo demás!
Guardaos,
hermanos, de imitar a los malos y no tengáis envidia de los que obran
la iniquidad. Pensad, m´s bien, en su destino, compadeceos
entrañablemente de ellos y orad por los que viven enredados en el
pecado. Obran así, los infelices porque desconocen a Dios, pues si lo
hubiesen conocido, nunca habrían provocado al Señor de la gloria en
contra de ellos.
Para
nosotros, amadísimos, no hay excusa de ignorancia. Sabes bien quién es.
Y sidijeras que no le conoces, serás comolos mundanos, un mentiroso.
Pero supongamos que no le conoces; respóndeme entonces: ¿quién te trajo
a este lugar? ¿ Cómo llegaste aquí? ¿Quién te ha persuadido de
renunciar espontaneamente al cariño de tus amigos. a los placeres del
cuerpo, a las vanidades del mundo, y encomendar tus afanes al Señor,
descargando en él todo tu agobio? Nada bueno te merecías; al contrario,
mucho mal, según el testimonio de tu conciencia. Quié, repito,
popdría persuadirte de todo eso, si ignorabas que el Señor es bueno
para los que esperan en él y para el alma que lo busca? ¿Si no supieses
que el Señor es bueno y piadoso, muy misericordioso y fiel? ¿Dónde has
aprendido todo esto sino en su venida a ti y en ti?
Conocemos,
efectivamente tres venidas suyas: a los hombres, en los hombres y
contra los hombres. Vino para todos los hombres sin condición alguna,
pero no así en todos y contra todos. La primera y tercera venidas son
conocidas por ser manifiestas. Sobre la segunda venida, que es
espiritual y latente, escucha al Señor que dice: "El que me ama,
cumplirá mi palabra; mi Padre lo amará, vendremos a él y en él haremos
nuestra morada. Dichoso aquel en quien haces tu morada, Señor Jesús.
Dichoso aquel en quien la sabiduría se ha edificado una casa. Ha
labrado siete columnas. Feliz el alma que es trono de la Sabiduría.
¿Quién es esta? El alma del justo
Del Sermón quinto de Adviento
Sabemos
de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última,
hay una venida intermedia. Aquellas son visibles, pero esta no.
En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los
hombres, cuando, como lo atestigua él mismo, lo vieron y lo odiaron. En
la última, todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron.
La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella solo los elegidos ven al
Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan. De
manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad;
en esta segunda, en espíritu y poder; y en la última, en gloria y
majestad.
Esta venida intermedia es como una senda
por la que se pasa de la primera a la última: en la primera Cristo fue
nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en esta
es nuestro descanso y nuestro consuelo.
Y para que nadie piense que es pura invención lo que estamos diciendo de esta venida intermedia, oidle a Él mismo:"El que me ama, nos dice, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él". He leído en otra parte: "El que teme a Dios obrará el bien"; pero pienso
que se dice algo más del que ama, porque este guardará su palabra. ¿Y
dónde va a guardarla? En el corazón, sin duda alguna, como dice el
profeta: "En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré contra ti". Así es cómo has de cumplir la palabra de Dios, porque "son dichosos los que la cumplen".
Es
como si la palabra de Dios tuviera que pasar a las entrañas de tu alma,
a tus afectos y a tu conducta. Haz del bien tu comida y tu alma
disfrutará con este alimento sustancioso. Y no te olvides de comer tu
pan, no sea que tu corazón se vuelva árido: por el contrario, que tu
alma rebose completamente satisfecha.
Si es así como guardas la palabra de Dios,
no cabe duda que ella te guardará a ti. El Hijo vendrá a ti en compañía
del Padre, vendrá el "gran Profeta", que renovará Jerusalén, el que lo
hace todo nuevo. Tal será la eficacia de esta venida, que nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. Y así como el viejo Adán se difundió por toda la humanidad
y ocupó al hombre entero, así es ahora preciso que Cristo lo posea
todo, porque él lo creó todo, lo redimió todo, y lo glorificó todo.