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Adviento

“Viene el Señor, Aleluya,

 y en su día brillará una gran luz, Aleluya”.

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En el segundo Domingo de Adviento

"Pueblo de Sión: Mira al Señor que viene a salvar a los pueblos. El Señor hará oír su voz gloriosa  en la alegría de vuestro corazón. Pueblo de Sión, mira a tu rey que viene.  Pastor de Israel escucha, tú que guías a Israel como a un rebaño".
Es el canto del pueblo cristiano que espera con anhelo al Salvador y Redentor y que mantiene viva su esperanza. La Iglesia nos invita a "salir con limpio corazón a recibir al Rey supremo..." a quien tendremos el gozo de recibir en Navidad postrándonos ante él en profunda adoración; También nos presenta, La iglesia, en la liturgia de la Misa, la figura de Juan Bautista que nos llama a  preparar el camino del Señor por la conversión del corazón:

"Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles,
 desciendan los montes y colinas;
que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.
Y todos verán la salvación de Dios"

 

                                                                                                   

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(Himno litúrgico de Vísperas)

                                                                  

De luz nueva se viste la tierra,
porque el Sol que del cielo ha venido
en el seno feliz de la Virgen
de su carne se ha revestido.

El amor hizo nuevas las cosas,
El Espíritu ha descendido
y la sombra del que es poderoso
en la Virgen su luz ha encendido.


Ya la tierra reclama su fruto,
y de bodas se anuncia alegría,
el Señor que en los cielos moraba
se hizo carne en la Virgen María


Gloria a Dios, el señor poderoso,
a su Hijo y Espíritu santo,
que en su gracia y su amor nos bendijo
y a su reino nos ha destinado.


                   “Señor todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta él con sabiduría divina, para que podamos participar plenamentedel esplendor de su gloria”  (Oración del 2º Domingo de Adviento)


                                                                               motivo


San Bernardo

                   Del Sermón tercero de Adviento                                     

Cuando considero, al celebrar este tiempo de adviento del Señor quién es el que viene, me desborda la excelencia de su majestad. Y, si me fijo hacia  quienes se dirige, me espanta su gracia incomprensible. Los ángeles no salen de su asombro al verse superiores a aquel a quien adoran desde siempre y cómo bajan y suben, a la vista de todos, en torno al Hijo del Hombre. Al considerar el motivo de su venida, abarco, en cuanto me es posible, la extensión sin límites de la caridad. Y cuando me fijo en las circunstancias, comprendo la elevación de la vida humana. Viene el Creador y Señor del universo. Viene a los hombres. Viene por los hombres Viene haciéndose hombre.

Alguien dirá: "¿Cómo puede hablarse de la venida de quien siempre ha estado en todas partes? Estaba en el mundo, y aunque el mundo fue hecho por él, el mundo no lo conoció". El Adviento no es una llegada de quien ya estaba presente; es la aparición de quien permanecía oculto. Se revistió de la condición humana para que a través de ella fuera posible conocer al que habita en una luz inaccesible. No desdice de la majestad aparecer en aquella misma semejanza suya que había creado desde el principio. Tampoco es indigno de Dios manifestarse en su propia imagen a quienes resulta inaccesible su identidad. El que había creado al hombre a su imagen y semejanza, se hizo hombre para darse a conocer a los hombres.

La iglesia universal celebra cada año la solemne memoria de la venida de tanta majestad,  tanta humildad y tanta caridad, e incluso de nuestra incomparable exaltación. ¡Y ojalá fuese una perenne realidad! Sería lo más propio. ¡Qué incongruente es la vida humana después de la venida de Rey tan extraordinario si buscamos y nos comprometemos con otros asuntos embarazosos en vez de dedicarnos a este único culto, dejando de lado en su presencia todo lo demás! 

Guardaos, hermanos, de imitar a los malos y no tengáis envidia de los que obran la iniquidad. Pensad, m´s bien, en su destino, compadeceos entrañablemente de ellos y orad por los que viven enredados en el pecado. Obran así, los infelices porque desconocen a Dios, pues si lo hubiesen conocido, nunca habrían provocado al Señor de la gloria en contra de ellos.

Para nosotros, amadísimos, no hay excusa de ignorancia. Sabes bien quién es. Y sidijeras que no le conoces, serás comolos mundanos, un mentiroso. Pero supongamos que no le conoces; respóndeme entonces: ¿quién te trajo a este lugar? ¿ Cómo llegaste aquí? ¿Quién te ha persuadido de renunciar espontaneamente al cariño de tus amigos. a los placeres del cuerpo, a las vanidades del mundo, y encomendar tus afanes al Señor, descargando en él todo tu agobio? Nada bueno te merecías; al contrario, mucho mal, según el testimonio de tu conciencia.  Quié, repito, popdría persuadirte de todo eso, si ignorabas que el Señor es bueno para los que esperan en él y para el alma que lo busca? ¿Si no supieses que el Señor es bueno y piadoso, muy misericordioso y fiel? ¿Dónde has aprendido todo esto sino en su venida a ti y en ti?

Conocemos, efectivamente tres venidas suyas: a los hombres, en los hombres y contra los hombres. Vino para todos los hombres sin condición alguna, pero no así en todos y contra todos. La primera y tercera venidas son conocidas por ser manifiestas. Sobre la segunda venida, que es espiritual y latente, escucha al Señor que dice: "El que me ama, cumplirá mi palabra; mi Padre lo amará, vendremos a él y en él haremos nuestra morada. Dichoso aquel en quien haces tu morada, Señor Jesús. Dichoso aquel en quien la sabiduría se ha edificado una casa. Ha labrado siete columnas. Feliz el alma que es trono de la Sabiduría. ¿Quién es esta? El alma del justo


Del Sermón quinto de Adviento


Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquellas son visibles, pero esta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres, cuando, como lo atestigua él mismo, lo vieron y lo odiaron. En la última, todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron. La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella solo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan. De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y en la última, en gloria y majestad.

Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en esta es nuestro descanso y nuestro consuelo.

Y para que nadie piense que es pura invención lo que estamos diciendo de esta venida intermedia, oidle a Él mismo:"El que me ama, nos dice, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él". He leído en otra parte: "El que teme a Dios obrará el bien";  pero pienso que se dice algo más del que ama, porque este guardará su palabra. ¿Y dónde va a guardarla? En el corazón, sin duda alguna, como dice el profeta: "En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré contra ti". Así es cómo has de cumplir la palabra de Dios, porque "son dichosos los que la cumplen".

Es como si la palabra de Dios tuviera que pasar a las entrañas de tu alma, a tus afectos y a tu conducta. Haz del bien tu comida y tu alma disfrutará con este alimento sustancioso. Y no te olvides de comer tu pan, no sea que tu corazón se vuelva árido: por el contrario, que tu alma rebose completamente satisfecha.

Si es así como guardas la palabra de Dios, no cabe duda que ella te guardará a ti. El Hijo vendrá a ti en compañía del Padre, vendrá el "gran Profeta", que renovará Jerusalén, el que lo hace todo nuevo. Tal será la eficacia de esta venida, que nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. Y así como el viejo Adán se difundió por toda la humanidad y ocupó al hombre entero, así es ahora preciso que Cristo lo posea todo, porque él lo creó todo, lo redimió todo, y lo glorificó todo.


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