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"Las Escrituras son jardines en los que podemos
libar la Palabra de Dios"
Guerrico de Igny
Abad  Cisterciense
del Monasterio de Igny
  siglo XII
 


San BenitoVosotros, hermanos, si no me equivoco, sois de los que vivis en los jardines, es decir, de los que meditáis en la ley del Señor día y noche. Los libros que leéis son otros tantos jardines por los que os paseáis, y las sentencias que elegís son frutos que recogéis. Dichosos aquellos para los que se guardan los frutos antiguos y nuevos, es decir, se han conservado tanto las palabras de los profetas como las de los evangelistas, o las de los apóstoles, de tal modo que parece que se ha dicho a cada uno de vosotros: "He guardado para ti, Amado mío, todos los frutos nuevos y viejos". (Ct. 7,13)

Escrutad, pues las Escrituras. No os equivocáis, en efecto, pensando que tenéis en ellas la vida, vosotros, que no buscáis en ellas más que a Cristo, del que dan testimonio las Escrituras. Bienaventurados, de verdad, los que escrutan sus testimonios, y lo buscan con todo el corazón. Tus testimonios, Señor, son admirables, por eso los ha escrutado mi alma. (Sal. 18,2)

El Esposo, si no me equivoco, os lleva de estos jardines a otros, en los que el descanso es más íntimo, el placer más gozoso, y el paisaje más maravilloso; esto acontece cuando a los que se entregan a su alabanza con gritos de regocijo y acción de gracias los arrebata al lugar de la morada admirable hasta la casa de Dios, es decir a la luz inaccesible, en la que habita, en la que se alimenta, en la que descansa a mediodía.  Pues si la devoción de los que salmodian o de los que oran tiene algo de aquella piadosa curiosidad de los que buscan: "Maestro, ¿dónde vives?, pienso que merecen oír: "Venid y ved. Fueron, dice, y vieron, y se quedaron con Él aquel día. (Jn. 1,38-39)

Siempre que permanecemos con el Padre de las luces, en el que no hay cambio, ni sombra de mutación, no sabemos lo que es la noche y sólo gozamos de un día feliz. Cuando huímos de ahí, volvemos a caer en nuestra noche, ¡Ay de mí!, ¡qué pronto se han pasado mis días, qué presto me he secado como la hierba, yo que mientras estaba en el jardín con él estaba lleno de lozanía y de flores! Con él era como un jardín de delicias; sin él un lugar horroroso y una inmensa soledad.

Me parece que quien entra en su jardín él mismo se hace un jardín, y su alma es como un jardín regado y el mismo Esposo dice en su elogio: "Tú eres un jardín cerrado, hermana, esposa mía. (Ct. 4,12) ¿No son jardinesaquellos en los que se hace lo que el mismo Jardinero dice de la plantación hecha por el Padre?. Escuchadme, dice, frutos divinos y floreced como un rosal plantado junto a la corriente de las aguas. Dad un olor suave como el Líbano. Echad flores como el lirio, exhalad aroma y cubríos de un hermoso ramaje lleno de encanto (Si.39, 17-19).

Cristo es el verdadero Jardinero que planta y riega los jardines de Dios

¡Señor Jesús, verdadero Jardinero, haz en nosotros lo que pides de nosotros! Pues sin tí no podemos hacer nada. Tú eres el verdadero Jardinero; tú el Creador, el cultivador y el guardián de tu jardín, que plantas con tu palabra, riegas con tu Espíritu y haces crecer con tu poder. Te equivocabas, María, que pensabas que era el jardinero de un pequeño y reducido jardín, en el que había sido sepultado. Es el Jardinero de todo el mundo, el jardinero del cielo, el jardinero de la Iglesia, que planta y riega aquí hasta que, terminado su crecimiento, la trasplante a la tierra de los vivos junto a la corriente de las aguas vivas, donde no tendrá que temer cuando venga el calor, sino que su follaje estará verde, y no dejará nunca de dar fruto. Dichosos los que viven en esos jardines tuyos, Señor; te alabarán por los siglos de los siglos.


 

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