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San Bernardo


San Bernardo de Claraval

“Doctor Melifluo”

Normalmente cuando se habla de San Bernardo se tiende a destacar en él su influencia en la Iglesia y en la sociedad de su tiempo. Esto fue posible porque ante todo, San Bernardo, fue monje y monje cisterciense y desde su ser de monje brotó la fecundidad y la irradiación espiritual que ha transcendido el tiempo dejando su influencia en la espiritualidad cristiana.

Cuando Bernardo de Fontaine a sus 22 años se dirige a Cister con sus treinta compañeros, lo hace con su ardiente ardor juvenil y la profunda riqueza de su alma respondiendo a la llamada de Cristo “Ven y sígueme”. Cister había sido fundado unos años antes, en 1098, Se siente plenamente identificado con el ideal de los monjes de Cister y los valores que encarnan: silencio y soledad, austeridad y pobreza de vida, expresada en la frase que acuñaron “pobres con Cristo pobre”, espíritu de sencillez y despojamiento de todo lo superfluo como camino de liberación en la marcha directa y ascendente hacia Dios, retorno al espíritu de la Regla de San Benito, y, sobre todo, con el concepto del monasterio como escuela del amor. En estos valores se formó la recia personalidad de San Bernardo bajo la dirección de Esteban Harding, tercer Abad de Cister. Su experiencia espiritual y su teología mística las va adquiriendo en las largas horas dedicadas a la lectio divina, escudriñando la Escritura, los escritos de los Santos Padres y la Regla de San Benito la cual, junto con la S. Escritura tuvo un lugar preeminente en su corazón.

El año 1115, con 25 años, Bernardo, joven excepcionalmente carismático e inteligente, es enviado como Abad a la fundación del monasterio de Claraval, en la misma región borgoñona, una de las primeras fundaciones cistercienses.

Desde los comienzos de su misión pastoral se muestra como un gran maestro y guía espiritual. El objetivo principal y constante de su enseñanza es penetrar y vivir el misterio del amor cuya fuente y comienzo está en Dios. Sobre la Sagrada Escritura y la Regla de San Benito fundamenta él esta doctrina: la búsqueda de Dios, el retorno a Dios por la obediencia y la renovación del amor, la recuperación de la semejanza perdida, el conocimiento propio por el ascenso en los grados de humildad. Su doctrina podría sintetizarse de la manera siguiente resaltando tres materias básicas:

1. Una antropología cristológica: el alma como imagen de Dios en Cristo.

2. Un combate espiritual: esa imagen ha perdido su semejanza y debe recuperarla.

3. Una mística: la imagen recupera la semejanza originaria y se hace una con Dios.

El ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios para poder participar en la vida y en el ser de quien le dio la vida y el ser. Pero he aquí que el pecado desordena ese cosmos en caos y, el alma, se convierte en Babel o "confusión", alienándose de Dios y de sí misma y, cayendo en la "ignorancia", en la inconsciencia espiritual. El alma se vuelve esclava de sus pasiones animales, si bien su naturaleza profunda le recuerda siempre su dignidad original y la vocación a que está llamada.

La conversión es el inicio del retorno a Dios, que se realiza por Cristo, a través del misterio de la Encarnación. El Verbo asume en su kénosis toda la desemejanza y miseria humanas, devolviéndole, mediante su Pasión y Resurrección, su belleza originaria. En cuanto hombre y Dios, Cristo es la Puerta de entrada, el Camino de retorno, y el lugar de reconciliación y encuentro de la criatura con el Creador, donde el alma accede a participar en la vida trinitaria. Cristo es el Nuevo Adán: el Modelo y el Primogénito de una humanidad restaurada en el Verbo, en quien todo fue creado; por eso, desde el punto de vista espiritual y ontológico, la meta del seguimiento consiste en adquirir la forma misma de Cristo, Imagen Primordial del Padre.

Es en este proceso de con-formación donde se sitúa el combate espiritual, que intenta reconvertir el egoísmo en altruismo, el amor desordenado en amor de caridad, reintegrando en Dios la afectividad humana caótica y toda nuestra sombra y deformidad. La “conversión es un camino de retorno que intenta resituar la capacidad de amar en su Fuente eterna, fuera de la cual todo amor no es sino carencia y egoísmo, amor esclavo o mercenario. Esta reorientación conduce a la estabilidad del alma y a la plena reconciliación del alma consigo misma, con el prójimo y con Dios: a la ordenación del amor, que es la base de la experiencia espiritual.

Esta experiencia no es una realidad desencarnada, sino que se da estrechamente unida a la dimensión comunitaria del amor, del servicio a los hermanos, y todo ello en el marco de vida y relaciones establecidos por la Regla benedictina. La obra reconstructora del amor ha de hacer del monasterio, no una Babel de individualismos sino una Iglesia de comunión.

La unción y dulzura de sus escritos le mereció el nombre de “Doctor melifluo” y su ardiente devoción a la Virgen el de “Citarista de María”

El fuego ardiente que brotaba de su corazón y su gran capacidad de transmitir lo que vivía traspasaron los muros del monasterio. Las vocaciones fluyen de tal manera que Claraval hará unas 70 fundaciones en vida de San Bernardo distribuidas por toda Europa cuya arquitectura es expresión de la espiritualidad de Cister en una rica armonía entre simplicidad, desnudez y belleza cuya contemplación en un silencio sereno elevaba el alma hacia Dios.. Los inicios fueron lentos. En los 10 primeros años sólo se establecieron tres nuevas fundaciones: Tre Fontane (1118), Fontenay (1119) y Foigny (1121). Estas primeras abadías se construyeron en estilo románico borgoñés, que había alcanzado toda su plenitud. Posteriormente, cuando en 1140, surgió el estilo gótico, los cistercienses aceptaron rápidamente algunos conceptos del nuevo estilo y empezaron a construir en los dos estilos, siendo frecuentes las abadías donde conviven dependencias románicas y góticas de la misma época.

San Bernardo fue uno de los líderes más prominentes de la primera mitad del siglo XII así como uno de los mayores guías espirituales de todos los tiempos. La Orden Cisterciense debe el considerable desarrollo que conoció en la primera mitad del siglo XII a Bernardo de Claraval (1090-1153), el más célebre de los cistercienses y a quien se puede considerar como su maestro espiritual.

A pesar de su intensa actividad, encontró tiempo para escribir extensamente sobre temas espirituales y teológicos. Su obra maestra Sermón sobre el Cantar de los Cantares, la comenzó en1136, y estaba todavía inacabada en el momento de su muerte en Claraval el 20 de Agosto de 1153. Al morir, honrado por todo el mundo cristiano, convirtió a Cister en uno de los principales centros espirituales de la cristiandad.